jueves, 7 de octubre de 2010

Sergio Hernández Romero (2)

¿Se fue el poeta?
Diario La Discusión de Chillán
Lunes 4 de Octubre de 2010
Miguel Angel San Martín
Periodista

“Me persigue Chillán”, dijo el poeta y con palabras nos marcó la lejanía. Y agregó “por todas partes”, como queriendo significar que aquel nombre representa mucho más que un concepto. Se convierte en parte de nuestras conductas, estemos donde estemos.
Luego el poeta profundiza agregando “remecida uva sol”, describiendo el paisaje que nos privilegia. Y nos dice “plácida plaza viene conmigo desde siempre...”, metiendo las palabras en los recuerdos, en los compromisos, profundamente en el alma.
Aquel “Me persigue Chillán” me fue muy certero cuando vivía lejos de mi tierra. Representaba con fidelidad lo que tanto añoraba, lo que tanto soñé bajo lunas extrañas. Como que me empujaba a entornar los ojos y a acercar imágenes vestidas de realidades nunca olvidadas. Versos que revolvían recuerdos en vorágine inexplicable.
Cuando regresé, busqué al poeta y le hablé de su palabra y de sus gestos sencillos a pesar de las magnificencias construidas en verbo, pluma y sueños. Y tuvimos charlas en la calle, cuando los pasos se le acortaban y los ojos se le iban entrecerrando.
Le saludaban todos por este Chillán de talentos incógnitos. Los lustrabotas, los catedráticos, los estudiantes y los taxistas. También los consagrados, Neruda al frente, le brindaron palabras personales. “No me canso de escuchar la luz del agua ni me fatiga su canto que sílaba a sílaba nos va deletreando su cristalina verdad”, le dijo el Nobel, y los demás callaron ante tal monumento verbal de reconocimiento.
Hoy se ha muerto el poeta. Ha callado su boca, ha silenciado su mirada, se ha helado su verbo. Y Chillán se ha callado, se ha helado, está en silencio. Guardemos un minuto solamente. Un minuto de recuerdo que envuelve una vida. Y después, vámonos a mirar Chillán con ojos de poeta. Vamos todos a construir bellezas con las luces y sombras de nuestras esquinas, de nuestras calles, de cada árbol que florece en primavera.
Vamos a rendir homenajes al poeta que se ha ido y a todos los poetas que se anidan en pechos anónimos de pueblo provinciano, al que tanto amó.
Vamos a hablarles a los niños, a los foráneos y a las viejecitas. Vamos a dibujar con nuestras nubes aquellos cielos que nos caracterizan en los atardeceres. Vamos a aprender de los campesinos la sabiduría que protege paisajes desde tiempos inmemoriales, legándose de generación en generación, como un túnel secreto y torrentoso.
Sí. Se ha ido el poeta de las cosas simples bordadas con palabras ágiles, de maestro. Se ha ido el solitario que vivía acompañado de un pueblo que amaba. Se ha ido el bohemio y el cristiano. El profesor y el aprendiz permanente. El adulto que no abandonó la infancia y que envejeció con la sonrisa juvenil en el alma.
“Chillán es lo que tengo y eso es bastante. Para tan grande sed que ando trayendo no hay otro cántaro que valga”, asevera con pasión en su verso que no muere. Y si no muere su verso, ¿muere el poeta? Y si no calla su palabra escrita, ¿calló también la que se quedó en sus labios? Si sus ojos se cerraron para siempre, ¿desaparece el paisaje descrito en sus poemas?
Entro en dudas, en consecuencia, si es verdad que Sergio Hernández se haya muerto. O es que simplemente juega a las escondidas con el Chillán que le persigue.

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